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Professor Advisordc.contributor.advisorCardenas Squella, Juan Pablo
Authordc.contributor.authorLeón Pedraza, Meilin Cynara 
Staff editordc.contributor.editorInstituto de Comunicación e Imagen
Admission datedc.date.accessioned2016-01-04T15:21:17Z
Available datedc.date.available2016-01-04T15:21:17Z
Publication datedc.date.issued2007-10
Identifierdc.identifier.urihttps://repositorio.uchile.cl/handle/2250/136137
General notedc.descriptionMemoria para optar al Título de Periodistaen_US
Abstractdc.description.abstractBeijīng será el escenario de los Juegos Olímpicos de 2008 y los lentes de miles de cámaras fotográficas y filmadoras estarán puestos en la capital china. Gracias a la globalización, los chilenos nos hemos acercado mucho a las civilizaciones extranjeras, que ya no se perciben tan lejanas como en otros tiempos. Debido a la inquietud masiva por indagar sobre la vida en países remotos, el periodismo se ha transformado en un puente informativo entre las diversas y distantes sociedades del orbe. Es por ello que resulta indispensable para la prensa abordar temas de relaciones internacionales, pues a través de su estudio podemos comprender mejor el interconectado mundo en el que vivimos. Los medios de comunicación no solo permitirán apreciar la mayor fiesta del deporte, sino también adentrarse en el desconocido mundo del “gigante” oriental que hace siglos describió Napoleón. A Chile y China las aparta la inmensidad del Océano Pacífico, una barrera idiomática casi insuperable y una arquitectura completamente diferente. Los rasgados ojos y el color amarillo de la piel asiática no tienen nada que ver con la apariencia más morena de los sudamericanos. Ningún parecido hay entre una empanada y un wantan ni entre un copihue y una flor del loto. Sin embargo, no todo es diferencia, pues a estas naciones las une la “Ch” en el inicio de sus nombres y, más importante aún, una amistad que supera las tres décadas y que sorteó incluso las divergencias políticas existentes entre el gobierno de Máo Zédōng y de la Junta Militar, encabezada por Augusto Pinochet. Cuando las Fuerzas Armadas chilenas efectuaron el Golpe de Estado en 1973, todos los indicadores apuntaban a que Běijīng pondría fin a las relaciones oficiales con la nueva administración de Santiago, no obstante, el quiebre nunca llegó ¿Por qué el gobierno comunista asiático no rompió la diplomacia con el régimen castrense de Chile, pese a la brecha ideológica que los separaba? Esa pregunta es la que se responderá en el presente ensayo periodístico, que se propone examinar la política exterior de China, poniendo énfasis en sus motivaciones geopolíticas y su carácter pragmático, junto con analizar cómo influyó la coyuntura mundial en la subsistencia de estos vínculos durante dicha época, pese a que existía un clima desfavorable para el desarrollo de la amistad entre ambas naciones. Para lograr estos objetivos, se desarrolló una investigación cualitativa que sigue esta hipótesis: aunque hubo otros factores que beneficiaron la continuidad de los lazos, la determinación de Běijīng obedeció principalmente al interés de China continental por impedir que Taiwán reanudara sus contactos con Chile. La persistencia de los vínculos oficiales con Santiago fue una estrategia de la campaña comunista por aislar a Taipei en el sistema internacional. Esta decisión china de mantener la diplomacia con Chile representa una prueba de la primacía que tuvo y hasta hoy tiene Taiwán en su agenda. Reducir las conexiones de Taipei con el mundo fue una excelente manera de posicionarse en el sistema internacional como la única China legítima y dejar en claro que el Zhŏng Guó o Reino del Centro (nombre de China en mandarín) no renunció ni renunciará a su soberanía sobre dicha isla. El interés de Běijīng por confinar a los chinos taiwaneses al enclaustramiento internacional prevaleció sobre sus principios ideológicos marxistas, opuestos a la nueva línea político-económica que instauró el gobierno castrense chileno y que venía a quebrar la aparente camaradería entre el mandato del socialista Salvador Allende y Máo. Aunque nunca hubo un rompimiento diplomático, se escribió entonces el capítulo más oscuro en la historia de la larga relación bilateral. En 1915, Chile inició lazos oficiales con China, que en esos años justo había cerrado su época imperial para comenzar su vida republicana. Durante la Guerra Civil entre comunistas y nacionalistas que se desató allí intermitentemente, entre 1927 y 1949, Chile mantuvo una posición muy cautelosa. Retiró su misión hasta que el caos se calmó y China se dividió en dos. Recién en 1966 el Estado chileno definió su postura a favor de la República Nacionalista de China, instalada en Taiwán. No obstante, la China comunista, denominada República Popular, no se resignó a perder su contacto con Santiago y mantuvo de manera extraoficial un importante intercambio cultural. Pese al desagrado de Taiwán, los esfuerzos de China Continental culminaron positivamente y, en 1971, Chile estableció relaciones diplomáticas con la República Popular China (RPC), convirtiéndose en el segundo país latinoamericano en hacerlo, después de Cuba. Cuando ambas naciones suscribieron este pacto de amistad, la dirección ideológica de sus gobiernos coincidía: los dos países se encaminaban hacia el socialismo. Gracias a esta similitud se crearon contactos entre chilenos y chinos, tanto del ámbito político como económico, además de un intercambio cultural, que en Chile tuvo mayor repercusión debido a los inmigrantes o “chinos de ultramar” y sus descendientes que vivían aquí. No obstante, la estabilidad de los vínculos trastabilló con el derrocamiento de Allende y la posterior llegada de los militares chilenos al poder. Luego de la muerte del presidente socialista, el primer ministro chino, Zhōu Ēnlái, envió sus condolencias a Hortensia Büssi de Allende, aunque lo hizo a nombre personal y no desde su cargo. Los días que sucedieron al Golpe se escribió en la prensa china que Allende había sido asesinado por las fuerzas que ingresaron a La Moneda y solo meses después se descartó esa idea. Durante el primer año del mandato castrense se rumoreó que el quiebre entre la República Popular China (RPC) y Chile sería inevitable, sobre todo porque Taiwán realizaba gestiones para apurar el eventual alejamiento entre éstos y reiniciar relaciones con el nuevo régimen sudamericano. Por otro lado, no parecía descabellado suponer un final de la amistad entre Běijīng y Santiago, considerando que la mayoría del bloque soviético había retirado a sus representantes de la capital chilena y que la Junta Militar rompió lazos con Cuba, Corea del Norte y Camboya. La determinación de Chile de terminar su diplomacia con estos dos países de Asia aumentó las especulaciones, debido a la cercanía entre esas administraciones y China continental, pero el episodio de mayor tensión se produjo en 1974. A inicios de ese año, el Ministerio de Relaciones Exteriores chileno solicitó a las autoridades maoístas el permiso para nombrar a Hernán Hiriart como embajador en suelo oriental, no obstante la petición fue aprobada casi dos meses después. A diferencia de otras naciones, la RPC nunca había reconocido públicamente la legitimidad del gobierno que debutaba en Santiago. La admisión de Hiriart era entonces la única señal positiva que podía recibirse de manos orientales, por lo que su tardanza generó justificada preocupación en la cancillería chilena. Lo cierto es que, pese a este incidente, la fractura diplomática entre Santiago y Běijīng jamás se concretó. Los vínculos de alto nivel permanecen intactos hasta hoy, cuando pasan por su mejor momento, luego de la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC), rubricado el 28 de octubre de 2005 y que es el primer acuerdo de este tipo suscrito por el país asiático. Para lograr un conocimiento acabado de las circunstancias y condiciones que permitieron la subsistencia de la amistad sino-chilena luego del Golpe Militar, la investigación estuvo basada en una amplia revisión bibliográfica y la realización de entrevistas a varios expertos en el estudio de China. La redacción de este ensayo se organizó en varios capítulos. El primero es esta introducción que expone de manera sintetizada el tema, junto con puntualizar asuntos metodológicos como lo pregunta de investigación, los objetivos y la hipótesis. El segundo acápite, denominado “Entendiendo al Dragón”, pretende adentrar a los lectores en el particular y desconocido pensamiento chino, a través de tres apartados. En el primero de éstos y como dice su nombre “China versus Taiwán: ¿Enfrentamiento de dos naciones o una guerra política?”, se explica dicho conflicto oriental, narrando cómo el titán asiático terminó partido en dos; la segunda parte del capítulo se llama “La política exterior de la República Popular China: ¿Cómo se ve el mundo desde los rasgados ojos de Běijīng?”, donde se aborda en profundidad esta materia; y el último punto de esta sección fue bautizado como “China en el sistema internacional durante la Distensión: la emergencia de un gigante”, donde se describe el panorama mundial en los años de la Détente y el rol que China jugó en ese tablero. El tercer capítulo, titulado “El abrazo del Dragón”, trata de las relaciones bilaterales entre Chile y China. En su primer apartado, “El comienzo de una amistad”, se abordará la historia de los vínculos diplomáticos entre estas naciones hasta el 11 de septiembre de 1973, mientras que en la sección siguiente, “La no ruptura Běijīng-Santiago tras el golpe. El precio de contener a Taiwán”, se detallan cómo continuaron los contactos entre el régimen castrense chileno y la administración maoísta, junto con revelar los motivos que llevaron a la RPC a no terminar con los lazos que la unían a la Junta Militar de Chile. Por último, el cuarto capítulo corresponde a las conclusiones, donde se expondrán resumidamente todos los antecedentes recabados para ver si se corrobora o no la hipótesis, además de manifestar los imprevistos y los obstáculos que se presentaron durante la investigación y que pudieran haber influido en los resultados de ésta. Junto con esto y para mostrar la pertinencia de este trabajo, se hará un pequeño balance de la importancia que tuvo el mantenimiento de los vínculos diplomáticos entre Chile y China para el actual estado de la relación bilateral. Finalmente, quiero referirme a las motivaciones que me llevaron a indagar en este tema. Puedo decir que este ensayo es el producto de un mestizaje; el resultado de la combinación entre mi amor por el periodismo, en particular por el internacional, y por China y su pueblo. Desde los primeros años de estudio de mi carrera, me llamó la atención el fenómeno de la globalización, en especial cómo éste no solo afectaba a los medios de comunicación sino que también era afectado o, mas bien, generado a través de ellos. Posteriormente y tras el atentado a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, me di cuenta que es tanta la información a la que se puede acceder hoy, que las personas en vez de sentirse más conocedoras del mundo que habitan, cada día se confunden más y hasta se consideran menos parte de él. Percibí que mi inquietud por el desarrollo de los medios globalizados podía ser focalizada de forma más concreta a través del ejercicio del periodismo internacional y me propuse, como una humilde aspiración, lograr hacer un periodismo que no agobiara con datos, sino que los usará para explicar lo que ocurre a diario en nuestra Tierra. En otras palabras, quise apostar por utilizar las múltiples fuentes de información que la tecnología nos suministra para intentar traducir los hechos del ajetreado mundo a un lenguaje comprensible para todos. Creo que mi mayor aporte proviene precisamente de mi conexión con China, un país donde se habla un idioma que en este lado del planeta casi todos ignoran. No solo tuve la fortuna de pasear por esta gran nación, la más poblada del planeta y la potencia promisoria del siglo XXI. También porque desde que era una niña me deleito comiendo Kǎo Yā (Pato Pekín) los fines de semana y prendas de seda cuelgan en mi clóset. China es el universo que mejor conozco después de Chile. Sé sobre China, y quiero que la gente lo haga también, porque mi esencia está enraizada en ese lejano país. El año 1928, Liang Tang, un joven cocinero cantonés bajó de un barco repleto de chinos en búsqueda de un mejor pasar. Hablando solo “gotas” de español y resignándose a un cambio de apellido debido a la ineficacia de los antiguos registros oficiales nortinos, ese soñador oriental se enamoró de una chilena en Iquique y formó una de las cientos de familias sino-chilenas que hoy residen en suelo sudamericano. La descendencia fue prolífica y aquí escribe un producto de esa mezcla, aunque mi apellido ya no sea Liang, sino León; aunque recién esté aprendiendo a dominar los cuatro tonos del mandarín. Soy mestiza porque a los cinco años aprendí a manejar los palillos mejor que un lápiz, porque me dormía escuchando el cuento de “El Rey Mono” en vez de “La Caperucita Roja”, porque crecí leyendo más a Confucio que a Sócrates, porque tengo tez amarilla y ojos almendrados. O, simplemente, porque me llamo Meilin y no María.en_US
Lenguagedc.language.isoesen_US
Publisherdc.publisherUniversidad de Chileen_US
Type of licensedc.rightsAtribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Chile*
Link to Licensedc.rights.urihttp://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/cl/*
Keywordsdc.subjectChina -- Relaciones exteriores -- Chileen_US
Keywordsdc.subjectChile. Junta de Gobierno (1973-1980)en_US
Keywordsdc.subjectChile -- Historia -- Golpe de estado, 1973en_US
Keywordsdc.subjectTaiwánen_US
Keywordsdc.subjectRelaciones exterioresen_US
Títulodc.titleEl abrazo del dragón: la China maoísta y su relación con la junta militar, el precio de contener a Taiwánen_US
Document typedc.typeTesis


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