Abstract | dc.description.abstract | La configuración de la identidad surge de la experiencia del hombre en sociedad, de su relación con el entorno. El sujeto se va haciendo a través de la interacción con otros en las relaciones sociales que entabla. De esta manera la identidad se construye como algo concreto y particular, en la cual el grupo para a ser constitutivo de la identidad. En esta construcción identitaria siempre el sujeto busca el reconocimiento de sí mismo en los otros, los que considera iguales a él y con quienes conforma un ‘nosotros’. Así, la identidad siempre remite a la búsqueda de la referencia de uno mismo en el entorno, siendo un proceso socialmente construido en el cual la presencia del otro es fundamental.
Pero también el sujeto busca el reconocimiento de sí mismo en un colectivo mayor, en un grupo social que lo defina a él y a su grupo, dentro de las experiencias que se derivan del compartir la cotidianeidad de la convivencia.
Un eje sustantivo en la articulación de la identidad colectiva es la producción social de sentido. Se es miembro de un grupo en la medida en que el sentido de ese grupo se hace propio para sus integrantes. La constitución de una identidad colectiva se sustenta en bases simbólicas que mantienen y reflejan un conjunto de normas sociales comunes dentro del grupo. De este modo, la identidad colectiva es un conjunto de normas sociales y también una comunidad de símbolos. La sensación de pertenencia a un grupo está fuertemente influida por la participación en conjuntos de significaciones sociales o imaginarios que van creando y recreando la producción de sentido. Lo anterior facilita la aprehensión de la realidad como algo dado y ordenado, con sentido, como un orden de objetos que han sido designados como tales antes de su propia acción, que se imponen por sí solos. En este ordenamiento la actitud natural que prevalece es aquella de la conciencia del sentido común, puesto que refiere a un mundo que es común a todo un grupo social.
Pero la identidad colectiva no sólo es del orden de la comunidad de símbolos. Es también lo que el mismo término de ‘identidad colectiva’ remite: una forma plural de ser “el mismo”.
Significa que una serie de individuos son un mismo sujeto. En efecto, también en la vida social prevalecen varios y diferentes formaciones colectivas de ‘el mismo’ que constituyen identidades colectivas singulares que se distinguen entre sí. La distinción más elemental para la formación de la identidad colectiva es aquella que se establece entre un ‘yo’ respecto a un ‘otro’, que conduce a la forma plural dentro del colectivo a la distinción entre un ‘nosotros’ y un ‘ellos.
Para que la distinción ‘nosotros’/‘ellos’ opere en la vida cotidiana es necesario mecanismos o formas de concreción que sean permanentes en el tiempo. Estas modalidades de concreción son útiles cuando esa distinción (nosotros/ellos) es percibida por el colectivo como natural e inmanente, es decir, cuando esta distinción se naturaliza se produce un desplazamiento simbólico de lo contingente (que puede ser de uno u otro modo) a la necesario (lo que sólo puede ser del modo que es).
La construcción de la idea de nación es un buen ejemplo de esta distinción. La nación es una referencia de simetría simbólica entre los connacionales, pues todos conforman un nosotros, esta simetría simbólica no implica necesariamente una simetría material. En efecto, la nación, en términos generales, articula al ‘nosotros colectivo’. Y ese ‘nosotros’ constituye una relación de identidad en la medida que se torna regla de semejanza, a la vez que es un criterio para demarcar la diferencia con ‘los otros’. Al respecto, la idea de nación es una fuente de asimetría simbólica en la que unos (nacionales) construyen su identidad en oposición a otros (extranjeros).
Pero también en la emergencia de la noción nacional se cruza la definición de lo femenino y lo masculino que cada cultura tenga, aportando a aquélla significaciones, contenidos y prácticas que van delineando y particularizando a cada comunidad política. Como en toda formación identitaria, la identificación es un factor crucial en el proceso de la construcción del género puesto que, en general, los hombres se identifican con los otros hombres y las mujeres con las mujeres. A partir de lo cual se construyen las identidades masculinas y femeninas de unos y otras como dos culturas y dos tipos de vivencias simétricas simbólicas cuando hacemos referencias a un ‘nosotros’ (masculino o femenino) y asimétricas simbólicas cuando se refieren a su opuesto. Como en cualquier construcción de identidad, la de género se configura no sólo como percepción de los sujetos acerca de su mundo, sino que también, como productos de diversas formas de acción o práctica, que se construyen dentro de estructuras, instituciones, marcos normativos y organizaciones de la vida social, política, económica. Es aquí donde los sujetos pueden aprehender las significaciones e imaginarios sobre el género como algo normal y evidente para sí.
Ambos ejemplos de identidad colectiva, suponen un medio que posibilita la interacción mediada por símbolos, lo que permite la reproducción de la sociedad y la transmisión de determinadas imágenes de mundos. Este medio denominado ‘mito’es considerado como un interpretador del mundo, pues se ha conformado para objetivar o explicitar la distinción entre ‘nosotros’ y ‘ellos’. Su función ha sido el mantener y afianzar los sentimientos internos de solidaridad como también aumentar la diferenciación o asimetría simbólica con los otros, o sea, con ellos. En general, los mitos se construyen a partir eventos históricos que han llegado a ser importantes para el grupo. Entre estos eventos, uno nuclear es el acto heroico de un miembro de la comunidad que ha llegado a considerarse como un hito para los miembros de una comunidad, quienes, a través de la conmemoración de este evento, solidifican sus lazos como connacionales, explican la construcción genérica de su sociedad y generan imágenes de mundo que integran a la nación o a las nociones del género en unidades discursivas totalizantes. Estos actos heroicos han sido rememorados y difundidos históricamente a través de diversas modalidades de expresión: el arte, la literatura, la historiografía, etc. Y precisamente ésta última es nuestro objeto de estudio porque la historiografía aparece como una disciplina particularmente atractiva para apreciar las formas simbólico-políticas de la construcción de la nación y para instalar en la sociedad un modelo pautado de comportamiento de hombres y mujeres.
En efecto, la historiografía chilena de corte conservador puede ser considerada un objeto de investigación sumamente relevante. Es indudable que ella es parte de dinámicas de construcción simbólica de la nación, pues está fuertemente vinculada a la constitución de la institucionalidad chilena y sus representaciones a través de la educación. En este sentido, en ella se configura una clara interpretación solidaria de la historia, partiendo de la base de una inmanencia de la nación, así como también se construye valoraciones, cogniciones y percepciones del ser hombre y mujer que pueden desprenderse directamente del discurso acerca de lo nacional.
Sin embargo, de aquí emergen numerosas problemáticas. Esta investigación, obviamente, pretende concentrarse en aspectos acotados y precisos. Por ello, se ha considerado relevante la observación de una construcción simbólica paradigmática en lo que a construcción simbólica de la nación se refiere. Se trata del imaginario del héroe, elaboración mítica fundamental en las interpretaciones de la historia que pretende resaltar la importancia de la nación, así como releer el discurso de la nación desde el género. En particular, esta investigación se centrará en construir la idea de nación desde la figura del héroe nacional, para luego revisar la idea de identidad nacional desde el discurso de género. La idea es resaltar las definiciones de adquieren las categorías de lo femenino y lo masculino en el discurso historiográfico y que son representadas mediante las figuras del héroe nacional, las mujeres que allí aparecen, la divinidad, la tierra natal, entre otros.
Se trata, finalmente, de captar los imaginarios y concepciones que se desprenden de las imágenes de hombres y mujeres que hay en nuestra sociedad, la posesión de atributos que definen la virilidad y feminidad, y la realización de prácticas, conductas y comportamientos que son conceptualizados y aceptados y considerados legítimos como masculinos y femeninos por la sociedad. Es decir, reconstruir la idea de nación desde el discurso de la conformación de la identidad genérica consensuada y normada que se expresa en la construcción simbólica que crea la historiografía.
En este punto es donde se pretende instalar la argumentación (y el problema) de este estudio. Se pretende señalar que la construcción interpretativa de la figura del héroe opera normativamente sobre ciertas conductas y comportamientos, constituyéndose en la expresión de una emoción (convertida en imagen) del deber ser masculino y femenino, siendo ‘estabilizadores de carácter nacional’ (Hernán Godoy en Hernán Vidal, 1989: 203).
Es decir, la imagen del héroe se construye en deuda y sustentándose en la virilidad en particular y la masculinidad en general, mientras que las figuras femeninas se diseñan discursivamente como su complemento.
Y este es un punto a tematizar en este estudio, aunque no es el único. En particular, resulta relevante insertarse en la historiografía para conocer cómo el carácter del heroísmo ‘invade’ simbólicamente la construcción de la nación, es decir, cómo a partir de la mediatización del héroe, nación y género se relacionan.
Con todo, resulta relevante plantear el problema en términos más concretos. La significación de la nación como una comunidad con atributos no sólo compartidos, sino además con un contenido valorado, con una clara búsqueda de un destino asumido como común, suele ser una elaboración naturalizada, asimilada a razas, lenguajes y otras características consideras socialmente como ‘sustantivas’, propias e identitarias. Por esto es importante explorar una vía de trabajo en la que la significación de la nación, de su historia y destino, pueda permitir desentrañar contenidos particularizantes, centrados en significaciones de ciertos miembros de la comunidad y en particular de aquellos que se relacionan más directamente con el problema de la violencia y la actividad guerrera, como son los hombres, quienes ostentan en su virilidad la atribución de la violencia como un valor, y como a partir de dicha figura se entretejen las percepciones y valoraciones de lo femenino en nuestra sociedad. Surge entonces el problema de los sentidos y prácticas masculinas y femeninas en la construcción de significados de la nación. Pero este problema podría ser tratado desde perspectivas más teóricas o con relación a ciertos casos. Y si bien el trabajo teórico aparece como sumamente viable a primera vista (el problema de la violencia y su relación con la masculinidad y feminidad y el Estado aparecen como relaciones seductoras), en este estudio se ha planteado el problema en el caso chileno. Y para ello se ha concentrado la atención en la significación que se hace en la historia, pues a través de ella se construye sentido social del destino de la comunidad. Y ello se hace muy claramente a partir de productos culturales con utilidad formativa y educacional. En este marco es donde la historiografía tiene relevancia. Y como núcleo del estudio nos ha parecido atractivo seguir una pista: la temática del héroe, donde se avizoran evidentes posibilidades para la integración analítica de la cuestión de la nación desde la dimensión de género. Y resulta que la temática del héroe ha sido principalmente estudiada (como imagen enaltecida) en la historiografía conservadora, que por lo demás ha sido en Chile la ‘historia oficial’ de los programas educacionales. | es_CL |