Abstract | dc.description.abstract | La formación para la ciudadanía es una preocupación constante no sólo en países que, como el nuestro, han vivido la experiencia traumática de una dictadura e intentan recuperar el ejercicio ciudadano como una expresión natural de la dimensión social de los sujetos. Por otro lado, en el contexto mundial, la reconfiguración de las relaciones internacionales a partir de un nuevo orden económico, la necesidad de acuerdos que permitan responder “adecuadamente” a las exigencias de la globalización económica, la aceleración de los intercambios culturales entre diversas sociedades, la aparición de nuevos riesgos, entre otros fenómenos, exigen una renovación del pensamiento respecto a los sujetos sociales y el conjunto de mediaciones que establecen su identidad y pertenencia al mundo; representando un significativo desafío que ha llevado a los países de todas las latitudes a repensar el lugar de las personas y el ejercicio de su ciudadanía.
Es en este contexto, de globalización y diversidad cultural, donde las sociedades comienzan a preguntarse cómo se forma a los ciudadanos (as) desde una nueva dimensión en que lo local se entrecruza con lo global, a quién le corresponde dirigir y delinear el proceso de formación y pleno ejercicio ciudadano y –finalmente- cómo se entiende y despliega la ciudadanía en tanto capacidad cívica. Las respuestas que se plantean frente a cada una de estas interrogantes y a las que se desprenden de ellas son muy diversas, pero a pesar de la diversidad de visiones que entrega el debate hay un espacio de encuentro en el que debemos detenernos en nuestros múltiples roles de investigadoras, educadoras y ciudadanas: la importancia de la escuela como espacio reconocido por su función socializadora y, por tanto, como espacio privilegiado para la formación ciudadana.
El desafío planteado es enorme, puesto que observamos a la educación como un acontecimiento ético y el aprendizaje como relación humana (Bárcena, Mélich, 2000; Cullén, 2004) que requiere de una pedagogía del tacto y la caricia como expresión de la alteridad que permite aprender a convivir con otros y en comunidad. Maturana (1998) manifiesta que: “si el niño no puede aceptarse y respetarse a sí mismo, no puede aceptar y respetar al otro. Temerá, envidiará o despreciará al otro, pero no lo aceptará ni lo respetará; y sin aceptación y respeto por el otro como un legítimo otro en la convivencia, no hay fenómeno social” (p. 32). A esta afirmación podemos agregar que no hay fenómeno social, ni ciudadanía, ni democracia propias de una sociedad que se caracterice por el respeto a la diferencia, la justicia y la autonomía solidaria de sus miembros.
Esta concepción de la ciudadanía, como aspiración de la formación humana, singularizada por un enfoque de derechos y tributaria de la propuesta de Frazer (1997), promueve una justicia bivalente que integre armónicamente en la praxis ciudadana los requerimientos objetivos de una justa distribución del producto social con las condiciones intersubjetivas del reconocimiento cultural. El proyecto de construcción de una ciudadanía social, conforme a lo señalado, debe considerar en toda comunidad tanto su estructura económica como la configuración de sus valoraciones culturales en tanto expresión material y simbólica del reconocimiento de la integración social y la diversidad cultural como elementos cruciales en la organización de las sociedades contemporáneas y representa, en la actualidad, uno de los debates teóricos más relevantes en torno a la ciudadanía.
La condición de ciudadano no sólo está referida a aquel individuo capaz de construir su realidad, sino que, en lo fundamental, debe aprender a habitarla para que despliegue toda su capacidad y competencias democráticas movilizando recursos materiales y simbólicos que transformen esa realidad. Nos referimos a aquellas pertenencias y adscripciones de carácter cultural que en la sociedad global son indispensables en la definición de ciudadanía para denunciar los olvidos y exclusiones que se han presentado en la etapa civil, política y social de su configuración y afrontar los desafíos de la multiculturalidad en tanto se construye el proyecto o modelo de sociedad del futuro. Sin duda, existen otras instancias sociales formadoras del ejercicio ciudadano, como la familia, los medios de comunicación, pero desde las instituciones formales encargadas de la transmisión y resignificación del patrimonio social de los sujetos que participan de una colectividad, pareciera que la escuela es la institución llamada a asumir un rol protagónico en la formación de los ciudadanos y las ciudadanas del presente y del futuro. Así se desprende de los discursos oficiales y del debate público, desde donde por presencia o ausencia, por aciertos o errores, se responsabiliza a la escuela de la formación ciudadana. No podría ser de otro modo si se piensa que la gran finalidad de la escuela es preparar para la vida. No en vano los docentes tienen la crucial responsabilidad de “formar conciencias” y preparar ciudadanos; así, la misión de maestros y maestras no es de naturaleza tecnocrática, pragmática o meramente utilitaria, sino que el carácter de su misión es ética y noética y sus efectos en la sociedad actual son determinantes.
El debate sobre ciudadanía se ha centrado en diversas perspectivas que no obstante la distinta naturaleza de los discursos que sustentan sus posiciones enfatiza un aspecto común, en la medida que con variados énfasis se destaca el concepto de “participación” y que por su intermedio es posible consolidar la identidad y, por ende, el indispensable sentido de pertenencia de un individuo a una comunidad o grupo más amplio. De esto desprendemos que identidad individual y ciudadanía son elementos presentes en el contexto social de manera indisoluble y permiten plantear que ciudadanía, aparte de ser básicamente una actitud, acorde al modelo canónico de ciudadanía universal, posee tres dimensiones constitutivas conforme a cada una de las etapas reconocidas por T. H. Marshall (1998): la pertenencia, los derechos y las responsabilidades.
Por otra parte, desde el marco de una sociedad que vivió graves atropellos a la dignidad de las personas, expresados en violaciones sistemáticas a los derechos humanos, se impone como imperativo ético ineludible la necesidad de preparar ciudadanos (as) críticos, activos y comprometidos en la construcción de una sociedad más justa que garantice la defensa de los derechos humanos y la consolidación del sistema democrático centrado en el reconocimiento de si mismo y del otro como sujeto, como ser humano, y conforme a esta línea de argumentación creemos indispensable iniciar una investigación que recoja la voz de quienes son los principales actores del proceso formativo: nuestros alumnos y alumnas.
Asimismo, desde planteamiento más específicamente curriculares, la Reforma en marcha, nos plantea como orientaciones claves que los estudiantes se desarrollen como hombres y mujeres libres y socialmente responsables, a la vez que competentes en el ejercicio de la ciudadanía y el fortalecimiento de la democracia. Para ello, propone que conozcan y comprendan los derechos y los deberes que implica la vida en democracia, incluyendo la participación responsable en actividades comunitarias, el reconocimiento de la legitimidad de diversos puntos de vista sobre la realidad social y la valoración de principios básicos de libertad, igualdad, justicia, pluralismo, y respeto a los derechos humanos, de manera de fortalecer la identidad nacional y la convivencia democrática.
Podemos decir entonces, que desde el discurso curricular explícito, hay mensajes claros de compromiso con la formación ciudadana; no obstante, es evidente para muchos que actualmente el discurso epistemológico, sociológico y pedagógico va más en la línea de entregar y evaluar conocimientos que favorecen la formación para la productividad, la competitividad y el desarrollo tecnológico entre otros, que, por aquellos que tienden al desarrollo de habilidades sociales, formación ética y valórica, crecimiento personal y comprensión de los problemas del mundo actual como son los derechos humanos, la participación y la diversidad cultural. Es tal vez este punto donde se expresan los principales desafíos para una formación ciudadana efectiva. | es_CL |