Abstract | dc.description.abstract | El arte como objeto de estudio por años fue –y quizás, para perspectivas más ortodoxas sigue
siendo‐ un elemento ajeno e inasible para el campo sociológico. Mientras por un lado, algunos
artistas y estudiosos de la estética declaraban con molestia la intromisión de la sociología en el
arte, otros tantos sociólogos llegaron a considerarlo un elemento de menor importancia en
relación con los aspectos económicos y políticos de la vida social. Esto, en el marco de una
sociedad aún no desarrollada, que debía poner entre paréntesis los procesos artísticos y
culturales, hasta que al menos se hubiesen disipado parte de los problemas más urgentes en
las sociedades latinoamericanas.
Pero ambas posturas parecen olvidar que los fenómenos artísticos, así como sus creadores,
son y serán parte de un contexto cultural, político y económico en particular. Las
consideraciones de lo que se entiende por arte no es un dogma inamovible para el fin de los
tiempos, más bien constituye un debate en permanente tensión. En el que participan, se
apoyan y combaten artistas, corrientes, críticos, el público, y los medios.
Del mismo modo el arte, para que exista, requiere de un soporte material y de una suma de
esfuerzos colectivos (ya sean conscientes e inconscientes) que tengan cierta perdurabilidad en
el tiempo. Vale decir, existen –como diría Howard Becker‐ mundos del arte asociados al
objeto‐arte. Los que “consisten en todas las personas cuya actividad es necesaria para la
producción de los trabajos característicos que ese mundo, y tal vez otros, definen como arte”
(Becker, 2008:54).
Las prácticas artísticas y culturales se revisten así de aspectos ya no puramente subjetivos y
creativos. Para que la organización entre las personas partícipes de los distintos mundos del
arte tenga un buen resultado, se requiere de un determinado nivel de tecnologías; de marcos
legales que facilitan y promuevan su existencia; de contratos que medien entre las distintas
partes; de públicos capaces de interesarse y sustentar la existencia de la obra. Tales evidencias
hacen innegable la existencia de una relación permanente e inquebrantable entre el fenómeno
arte y la vida social.
Esto sucederá en todo tipo de expresión artística, tanto en las artes plásticas, la danza, la
música o el jazz. Porque ninguna de estas formas de expresión artística está libre del mundo
material. Un músico de jazz no sólo necesita de inspiración. Requiere de un buen instrumento,
de redes con las que poder formar proyectos de trabajo, de compañías que estén dispuestas a
editar sus trabajos, y de apoyo institucional para financiar sus proyectos y la correspondiente
difusión de la obra una vez acabada.
Entendiendo que la actividad artística también participa dentro del mercado laboral, cabe
considerar que existen ciertos aspectos que hacen del artista un trabajador como cualquier
otro: para obtener un ingreso debe recurrir generalmente a un empleo. Pero, dada la
particularidad de su trabajo, este cuenta con diferencias innegables respecto del trabajador
común en nuestro imaginario colectivo. Un trabajador artístico en escasas ocasiones tiene una jornada laboral rígida, basa por lo general su labor en la creatividad y no necesariamente en el
cumplimiento de un horario de trabajo fijo.
Las diferentes características que adquiere el trabajo incitan a una normativa especializada,
capaz de dar un marco referencial a aquellas formas laborales que de otro modo no calzarían
con las leyes de ese ámbito. El problema consiste en aunar esfuerzos para legislar en torno a
un área tan heterogénea en sí y cuyos casos distan mucho unos de otros.
No es lo mismo ser un poeta dedicado a las letras que un músico especializado en el estilo del
jazz. Mientras el escritor tiende a trabajar en solitario bajo regímenes de tiempo inestable y
particular, los músicos de jazz trabajan en conjunto y ofrecen recitales como estrategia para
darse a conocer y recibir ingresos. Así, la posibilidad de abarcar ambas realidades con la
correspondiente necesidad de protección que reportan los artistas y trabajadores culturales no
resulta tarea fácil.
La tentativa legal de regulación sin embargo existen, pero cabe preguntarse si ella es suficiente
para los artistas (tomando como objeto a los músicos de jazz del circuito santiaguino), cómo es
que realmente se desenvuelven en el mercado, y a qué estrategias recurren para la
satisfacción de sus necesidades biológicas y sociales. | es_CL |