Abstract | dc.description.abstract | Justo antes de que terminara el mes de abril de 2011, se inició en Chile una de las mayores
movilizaciones estudiantiles de su historia y la más relevante desde el regreso a la
democracia en 1990. Una seguidilla de marchas a nivel nacional, tomas de colegios y
universidades, manifestaciones artísticas y actos de protesta de todo tipo, copó la agenda
pública y la atención de los medios de comunicación durante siete meses. El origen de las
movilizaciones se ubicó en el rechazo de los estudiantes al sistema educacional instaurado
durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), que concede una amplia
participación al sector privado en la propiedad de instituciones de educación pagadas y con
estándares académicos y de infraestructura aparentemente mejores que los que ofrecen los
establecimientos de educación pública administrados por el Estado.
Consagrando el principio de libertad de enseñanza por sobre el derecho a una educación de
calidad garantizada para toda la población independiente de su condición socio-económica,
el modelo chileno es reconocido como uno de los más caros y desiguales del mundo con un
arancel promedio equivalente al 22,7% del Producto Interno Bruto (PIB) per cápita,
superior al de países desarrollados como Estados Unidos, Inglaterra, Australia y Japón,
según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) 2.
Lo que despertó la indignación de los estudiantes, primero con la llamada “revolución
pingüina” del 2006 y posteriormente con el masivo y prolongado movimiento del 2011.
Este último tuvo su primera manifestación a nivel nacional el 28 de abril. Fue convocada
por la Confederación de Estudiantes de Chile (Confech), organismo que agrupa a las
federaciones de estudiantes de las universidades llamadas “tradicionales”, integrantes
del Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas. Las demandas estudiantiles
consideraban mayor financiamiento para las universidades públicas por parte del Estado,
democratización en el acceso a la educación superior, reestructuración del sistema de becas
y mayor participación de los estudiantes en las reformas educacionales.
La principal vocera del movimiento era Camila Vallejo Dowling, presidenta de la
Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (Fech), quien con el correr de los
meses se convertiría en el personaje icono de las protestas no sólo a nivel nacional, sino que
también en el extranjero. Un ejemplo de ello es que en pleno desarrollo del conflicto
estudiantil, el semanario alemán “Die Zeit” publicó en su portada una fotografía de Vallejo
con la que presentaba el reportaje “Rebelión de los jóvenes” en el que se analizaban las
movilizaciones en Chile, haciéndose una analogía con fenómenos similares ocurridos
simultáneamente en otras partes del mundo, como las protestas de los llamados
“indignados” en España y la denominada “primavera árabe” en el Medio Oriente. Paulatinamente, las encuestas de opinión le otorgaron a la joven dirigenta estudiantil muy
buenos niveles de aprobación ciudadana, hasta que su liderazgo se vio consolidado pública
y mediáticamente con los resultados de la encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP)
–la más prestigiosa a nivel político y que se realiza desde 1987- correspondiente a los meses de noviembre y diciembre de 2011, en la que Vallejo apareció en el cuarto lugar de
los personajes políticos mejor evaluados detrás de la ex presidenta Michelle Bachelet; del ministro de Obras Públicas, Laurence Golborne, y del ex ministro de Hacienda, Andrés
Velasco (todos hoy potenciales candidatos presidenciales).
Camila Vallejo, estudiante de geografía y militante del Partido Comunista, se consagró
rápidamente como un “nuevo” liderazgo dentro del espectro político, de acuerdo a los
registros de la prensa escrita que reaccionaba así ante su alta figuración social y mediática.
Los diarios El Mercurio y La Tercera, representantes de los dos grandes consorcios que
dominan la prensa chilena y que acumulan una reconocida presencia de grupos económicos
vinculados a la derecha política y económica entre sus propietarios, dedicaron varias
páginas y reportajes a contar detalles de la vida privada, del pensamiento y de la proyección
política de la presidenta de la Fech, catalogándola incluso como “la nueva figura del
comunismo chileno”. Un reconocimiento y legitimación que sorprende si pensamos que se
trata de medios de prensa más bien funcionales a la conservación del sistema político
vigente, que sirven de tribuna y escenario a la discusión política oficial representada por los partidos, parlamentarios e instituciones del Estado, pero que ahora aparecían validando la
emergencia e incorporación al debate público de un liderazgo nuevo y alternativo, surgido desde lo que en otros tiempos estaría en los bordes de dicha institucionalidad, sobre todo
teniendo en vista que representaba a un movimiento social que potencialmente parecía
amenazar la estabilidad del sistema, tal cual lo conocemos. | en_US |