Con tinta de sangre: Carmelo Soria o cómo un crimen político se transforma en crónica roja, una mirada desde El Mercurio
Professor Advisor
dc.contributor.advisor
Lagos Lira, Claudia Paola
Author
dc.contributor.author
Vilches García, María José
Staff editor
dc.contributor.editor
Instituto de Comunicación e Imagen
Admission date
dc.date.accessioned
2016-01-04T18:51:18Z
Available date
dc.date.available
2016-01-04T18:51:18Z
Publication date
dc.date.issued
2007-05
Identifier
dc.identifier.uri
https://repositorio.uchile.cl/handle/2250/136147
General note
dc.description
Memoria para optar al título de Periodista
en_US
Abstract
dc.description.abstract
La noche anterior al Golpe de Estado de 1973, el periodista Alberto “Gato” Gamboa había cenado en un elegante restaurante chino con su esposa y sus dos hijos. Cada vez que el cuarteto brindaba, se hacía en honor a la mujer de Gamboa, quien estaría de onomástico el jueves. "La celebramos bien celebrada, como si hubiéramos sabido lo que vendría", recuerda el ex director del diario Clarín, un periódico que, por esos días, era el bastión comunicacional del gobierno de la Unidad Popular.
Producto de las copas y el trasnoche, Gamboa y su mujer se levantaron tarde esa mañana. Apurados, desayunaron sin escuchar la radio. Se subieron al auto y enfilaron desde la plaza San Enrique, en El Arrayán, hacia Américo Vespucio. La pareja iba rumbo al Hospital José Joaquín Aguirre, donde María trabajaba como tecnóloga médico. Cuando llegaron a la avenida Kennedy, se sorprendieron con los movimientos de militares. Al prender la radio, oyeron el primer bando militar. Eran las 8:28 de la mañana. Al mirar hacia adelante, siguiendo la larga hilera de autos rugientes, se percataron del procedimiento que hacían los choferes ante los uniformados: conversan dos o tres palabras y luego, muestran diversas credenciales. Después de ese breve intercambio, algunos podían seguir circulando; a otros se los llevaban detenidos.
"Así nos vamos a bajar nosotros", dijo el periodista, señalando con grave humor a una pareja que caminaba con las manos en la cabeza y la metralleta en la espalda. Su mujer no se rió. Tampoco aceptó la oferta del Gato, de bajarse el auto y devolverse sola a casa.
Le tocó el turno a la flamante camioneta del director de uno de los periódicos más leídos del país en esa época. El Gato puso su mejor cara, abriendo sus ojazos verde-celestes y colocando una sonrisa de esas que sólo tienen los bajo de porte.