Abstract | dc.description.abstract | Una pareja de desconocidos que expone su fragilidad en la habitación de un motel capitalino, una adaptación de Bolaño y una adolescente bisexual presionada por su formación evangélica. Dos ancianos enfrentados a los primeros signos de la demencia, un padre y una madre que emprenden el último viaje junto a sus hijos antes de un quiebre ineludible, y un tipo desastroso apodado “El Precocito”. Historias hay muchas, autores también. Desde la entrada del nuevo siglo, una nueva generación de jóvenes cineastas renovó la producción del cine chileno con narrativas diferentes y con propuestas que lograron superar, en parte, las restricciones de la industria. Un grupo de talentosos directores que nacieron entre los años 70 y 80, que iniciaron sus estudios recién terminada la dictadura militar y que estrenaron sus primeros trabajos a mediados de los 2000. Los últimos 15 años de la cinematografía local marcan diferencias evidentes con periodos anteriores. El respaldo de la crítica, los premios en los principales certámenes internacionales y el considerable aumento en el promedio de películas por año —que a comienzos de los 90 era solo de tres títulos por lustro y ahora es incluso diez veces mayor— son parte de los logros alcanzados por este nuevo círculo que integran nombres como Pablo Larraín, Matías Bize, Sebastián Silva, Alicia Scherson, Sebastián Lelio, Marialy Rivas, Dominga Sotomayor y Cristian Jiménez, entre otros Pero aunque es reconocido en el mundo por su contenido y se empina hacia su momento histórico más importante, el cine nacional todavía no logra concitar el interés de un público masivo. Durante esta última década son contados los títulos que han superado los 100 mil espectadores, mientras abundan las cintas que se han estrenado con más de 30 copias en grandes cadenas comerciales,
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con la inversión que ello requiere, y no sobrepasan la primera semana en cartelera con menos de dos mil tickets vendidos. Tanto la nueva como la antigua generación de directores están forzados a superar las dificultades inherentes de la industria al decidir, valientemente, hacer una película. Son múltiples los obstáculos que sortear, sobre todo en la etapa de exhibición, donde se enfrentan a la lucha contra grandes producciones de Hollywood, a la escasa formación de audiencias y a una competencia injusta determinada por los acuerdos internos de los distribuidores. Sin embargo, la evaluación del material fílmico siempre es prodigiosa, y la mejoría en calidad de guiones y de nivel de producción es innegable. Así lo respalda el excelente recorrido internacional que han potenciado estos realizadores con premios y nominaciones en Venecia, Berlín, Toronto, Rotterdam, Cannes, Sundance, en el Goya, en el Oscar y en los Globos de Oro. Pero, más allá de la admiración y los desfiles por alfombras rojas, ¿qué hay detrás de todo ese reconocimiento? Principalmente, historias de vida que determinaron esas aplaudidas creaciones. En las páginas de este documento se presentan retazos de esas aventuras de cuatro destacados directores: Las del excéntrico Sebastián Silva, las de la inocente Dominga Sotomayor, las del introvertido Matías Bize y las de la provocadora Marialy Rivas. Un compilado de fragmentos de aquellas experiencias que poco se han abordado en las noticias de sus estrenos o sus galardones, pero que son el eje fundamental de sus decisiones, de los mundos que han construido y de esos dolores escondidos que inconscientemente se reflejaron en sus películas.
¿Cuáles fueron sus primeros acercamientos al cine? ¿Cuánto los marcó su infancia? ¿Por qué Bize se dedicó a la dirección si su pasión era el teatro? ¿Cómo conoció Marialy a la autora de Joven y alocada? ¿Por qué Silva dejó de hacer cine en Chile? ¿Cuán difícil fue para Dominga revivir la separación de sus padres en su primera película? Para entender su cine, es necesario hablar de ellos; de sus procesos, de sus años de estudio, de sus inscripciones personales, de sus risas y sus sombras. Los cuatro perfiles que se exponen a continuación fueron construidos con entrevistas —realizadas por el autor— que se acumularon por más de cinco años en ejercicios universitarios, en publicaciones virtuales (Revista Con Tinta Negra) y en medios escritos de alcance nacional (El Mercurio). Un material de archivo que, además del aporte a la redacción de estas líneas, fue trascendente en la motivación para mirar el actual panorama del cine chileno a través de sus creadores. Pero, principalmente, la narración de esta memoria se basó en conversaciones inéditas —con los protagonistas y su círculo próximo— que buscaron explorar episodios desconocidos, anécdotas primitivas, inspiraciones cinematográficas y decisiones de estilo. Además, cada relato se nutrió de pasajes de esas películas que los posicionaron en lo alto de las miradas nacionales e internacionales. ¿Por qué fueron ellos los escogidos? Porque son nombres esenciales al hablar de la nueva generación de directores chilenos y porque dan cuenta del pulso de una cinematografía —un tanto contemplativa, hermética e hipersubjetiva— que ha marcado el periodo más exitoso de la producción local. Dos autores que debutaron hace más de una década y que acumulan cinco elogiados trabajos —Bize y Silva—, y dos directoras recientes que comenzaron su carrera con el fuerte empuje de sus primeros estrenos —Rivas y Sotomayor—.
En un segundo apartado se indagan las diversas dificultades de la industria en la mirada de otros tres directores. Ellos discuten la falta de presupuesto, la difícil
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permanencia en cartelera, los guiones restringidos por los pocos recursos y el apoyo estatal destinado siempre a los mismos equipos. Finalmente, como una muestra del interés permanente por el movimiento del séptimo arte en Chile, se presenta una selección de crónicas que comenzaron como publicaciones del ejercicio profesional, pero que fueron reeditadas para esta obra. Con una mirada ampliada, esos contenidos complementan esta revisión general al quehacer cinematográfico. | en_US |