Abstract | dc.description.abstract | La salud mental constituye una dimensión que se ha observado hace miles de años. En nuestro tiempo se define como “un estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad”. Hoy la extremada normalización a la que nos vemos sometidos como sujetos pertenecientes a una sociedad neoliberal donde los cánones de belleza, los rígidos parámetros laborales, la falta de actividad ciudadana y colectiva, hacen que formemos parte de un sistema que pareciera valorar la diversidad, pero que no admite con facilidad la diferencia como parte constituyente de las estructuras de poder y de la vida cotidiana.
Chile, como país neoliberal, suele vivir de espalda a los espacios comunitarios y a la formación de redes de apoyo humano, razón por la que cada vez es más complejo hacerse cargo, como país y como comunidad política, de problemas sociales que nos aquejan desde el interior de nosotros y que son gatillados por nuestro entorno cultural, político e histórico; tal es el caso de la locura.
Este conflicto se ha incorporado en nuestras sociedades como una tarea difícil. El malestar, el dolor, la pena son sentimientos que no queremos soportar y que no aceptamos como procesos. Los problemas de salud mental y quienes los padecen se han instalado como un grupo de “otros” sobre los cuales se han instalado estigmas, etiquetas que limitan a quienes han sido diagnosticados, sobre todo, al momento de desenvolverse en diversas áreas de la vida: sociales, laborales, académicas, entre otras.
Los medios de comunicación han sido uno de los principales cómplices de este círculo vicioso que atrapa a las personas que experimentan algún trastorno psíquico, mediante la difusión masiva de estereotipos asociados a la locura.
A esto se suma una elitización del saber por parte de la psiquiatría, que le imposibilita a quien ha sido diagnosticado, explorar diversas formas de sanación, instalando una lógica donde el especialista supone conocer más sobre el malestar de una persona que el propio afectado.
Asimismo, las políticas públicas en materia de salud mental no han sido lo suficientemente efectivas por cuanto los cuerpos médicos y administrativos no parecieran seguir la orientación comunitaria que teóricamente proliferan las medidas y planes implementados desde el Gobierno durante los últimos años. Todas las razones recién expuestas han generado, entre quienes viven con un algún tipo de trastorno psíquico, un estado de pérdida de sentido. Un diagnóstico clínico, más la estigmatización que ello conlleva y la discriminación que se ejerce, provocan que se generen conflictos más profundos, como la apropositividad vital, el desgano y la desmotivación. El final puede ser el más extremo: el suicidio.
En esta investigación, donde se mezclan diversas narrativas que esperan hacer de este un texto más cercano a los lectores, se intentan exponer formas comunitarias de comprender y abordar la esquizofrenia; uno de los diagnósticos que más controversia genera a la hora de implementar planes de tratamiento y control.
Se propone la diversificación, la desaparición del límite entre especialidades con el fin de dejar de hablar de salud mental solo desde un enfoque sanitario, recordando que se necesita un enfoque de derechos, desde las comunicaciones, desde las artes. La perspectiva desde la cual se construye esta investigación busca articularse con otros espacios donde se promueven redes de apoyo. El enfoque con que está escrito este texto promueve una red entre y hacia las personas que padecen afecciones psíquicas. Lo importante es que ellas se sientan respaldadas por un entorno de comprensión y contención, libre. De esto se trata lo que sigue, de dar ejemplos sobre alternativas en medio de un sistema donde la salud mental suele estar disociada de la persona como un ser integral y social. | en_US |