Abstract | dc.description.abstract | La madrugada del 25 de marzo del año 2015, a Sandy Nieto Bernal le había costado conciliar el sueño debido a la lluvia y los truenos que desde hacía tres noches caían intensamente sobre gran parte del norte grande de Chile.
El agua golpeaba con insistencia el techo del container que compartía junto a otras siete compañeras en el campamento de la Frutícola Atacama. Ubicado en el precordillerano pueblo de San Antonio, en la región de Atacama, cientos de trabajadores habían pasado allí los últimos tres meses trabajando en la cosecha de la uva. Dos noches atrás, Sandy, ciudadana peruana de 26 años, escribió en su cuenta de Facebook: “En Copiapó va a llover tres días, qué horror y primera vez que veo este fenómeno de la naturaleza”. Pero ahora, y fuera de la lluvia, todo a su alrededor era silencio.
Entonces, los gritos.
Antes de entender qué era lo que pasaba a su alrededor, y en medio de la noche, el container donde dormía Sandy fue golpeado y luego arrastrado violentamente por un río de barro, agua y rocas que bajó por una de las quebradas del pueblo. En pocos segundos, Sandy y sus compañeras se encontraban viajando río abajo, atrapadas en su dormitorio y envueltas en un revoltijo incomprensible de fierros, barro, agua y escombros.
Sandy, de rostro moreno, ojitos achinados y negros como aceitunas, tuvo mucho miedo de morir.
Esa noche, en toda la región de Atacama, ríos de barro y piedras comenzaron a descender por diversas quebradas. En su camino hacia el mar, arrasaron con casas, barrios, pueblos, carreteras, sembradíos, relaves mineros, escuelas y vidas. Con un saldo de 31 muertes, decenas de personas aún desaparecidas y más de 29.000 hogares damnificados (la mayoría derechamente destruidos), los estragos provocados por el aluvión del 25 de marzo en Atacama son sólo comparables a los de un sismo de gran envergadura. Descontando el terremoto del 27 de febrero de 2010, ninguna catástrofe ha sido más destructiva en los últimos 30 años. Y eso, en un país como Chile, es mucho decir.
Fue en San Antonio, un pequeño pueblo perdido entre los cerros del Valle de Copiapó, donde el aluvión provocó sus primeros estragos. | en_US |