Abstract | dc.description.abstract | La industria del salmón, entendida como el acto de cultivar esta especie de peces para la exportación y venta principalmente en mercados internacionales, se transformó en una oportunidad para nuestro país que intentaba avanzar a pasos agigantados en la producción, calidad y niveles de exportación de este tipo de alimento.
Mientras las organizaciones ambientales cuestionaban la expansión de las salmoneras, el gobierno daba mayores opciones a los empresarios. La Fundación Terram realizó un estudio (1999- 2000) a cargo del profesor Alejandro Buschmann, que dejó al descubierto el real impacto ambiental que la incipiente industria estaba generando en el fondo marino de la Región de Los Lagos. La evidencia era clara. Las altas concentraciones de Fósforo provenientes del exceso de alimentos de los peces estaba dañando la biodiversidad en el mar.
Este estudio se presentó a las autoridades en el año 2000, bajo el gobierno de Ricardo Lagos Escobar, y al 82 por ciento de las empresas responsables de las exportaciones de la industria. Pese a que se reconoció el daño y se logró firmar un acuerdo de producción limpia, el borde costero de la X Región (lugar donde se concentraba el 50 por ciento de la producción nacional y el 20 por ciento de la mundial de este pescado) se continuó utilizando para el cultivo de salmones sin que ningún recurso judicial frenara el impacto. Las autoridades pensaban que los altos ingresos que entraban al país por concepto de impuestos, el desarrollo de la región de Los Lagos y la gran ocupación laboral que demandaba la industria eran razones más que suficientes para tener mano blanda con la denominada nueva exportación estrella.
La industria salmonera chilena lograba ya en el año 2005 ser la segunda a nivel mundial con exportaciones superiores a los $1.600 millones de dólares al año, siendo superada sólo por Noruega. No obstante el enorme crecimiento de este sector, las condiciones laborales de los trabajadores superan negativamente las normativas laborales, bajos sueldos, accidentes, enfermedades y jornadas extenuantes, entre otras. Sin embargo más del 50 por ciento de los habitantes de la Décima Región tenían alguna relación con estas compañías.
Estas condiciones instalaron una alerta mundial en el marco de los Tratados de Libre Comercio (TLC) de Chile, ya que por una parte estaban los bajos costos del salmón chileno y, por la otra, las precarias condiciones de trabajo y pocas normas de regulación. Lo que generaba la idea de que la industria se estaba expandiendo gracias a la explotación de los chilenos y del medio ambiente.
Aunque la crítica sonó fuerte a nivel internacional, los precios y la calidad del salmón chileno, no tenían competencia. Ante esto, en el año 2007 el presidente de SalmonChile, César Barros, anticipó que las exportaciones chilenas aumentarían al doble para el año 2015.
Tanto fue el revuelo por la situación de la industria salmonera, que en el año 2006 se inauguró el Observatorio Laboral y Ambiental de Chiloé (OLACH), para realizar observación territorial y asistir a los trabajadores.
Sin embargo el llamado oro naranja estaba a punto de cambiar de rumbo. En abril de 2007, apareció el primer problema para los salmones: un hongo denominado Saprolengnia, pero la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, gracias al descubrimiento de las propiedades del aceite de maravilla ozonizado (AMO3) logró salvar la industria de un desastre ecológico. Pero sólo momentáneamente. | es_ES |