Abstract | dc.description.abstract | Hace largo que en Chile viene madurando un conflicto. Un desacuerdo que se aloja justo ahí en donde la sociedad se produce y se reproduce a sí misma, allí donde se forjan las convicciones y donde se prohíbe lo inaceptable: en el campo de la educación, en la escuela, en los liceos, en los institutos, en las universidades. La promesa era sencilla: más y mejores estudios son la principal herramienta para conquistar un futuro próspero. El éxito está al alcance de cualquiera que invierta el suficiente esfuerzo y el único desafío pendiente es democratizar las oportunidades. Pero la promesa pronto demostró su vacío: el futuro próspero no era para todos, ni el esfuerzo bastaba para conquistar el éxito. De hecho, la mayoría de las veces, para la mayoría de las chilenas y los chilenos, ni siquiera alcanzaba el esfuerzo de todos los días para llevar una vida digna. Muy de a poco se fue haciendo evidente esta contradicción entre la promesa y la vida real. Fue una verdad que se reveló en largos años de asambleas estudiantiles, una revelación que se revolvía entre los fideos de las tomas y en la pintura fresca de los carteles que decoran el devenir de la protesta. Cuatro niñas comparten una frazada sobre el techo de un pabellón viejo del Liceo 7 de Ñuñoa. El frío otoñal de la noche no es, en todo caso, la mayor de las preocupaciones de estas muchachas. Están, de hecho, vigilando la calle para asegurarse de notificar al resto de la toma cuando aparezcan los neonazi. No saben todavía que la peor violencia que sufrirán los estudiantes no proviene de la amenaza extremista de los pocos nacionalistas chilenos, sino del cuerpo oficial de los policías que resguardan un orden impuesto a sangre y fuego pocos años antes. Fernanda, sentada sobre la silla de una sala de clases, cubierta con un extremo de la frazada, explica que pasará esta noche sobre el techo con aprobación de su madre y el rechazo de su padre. La molestia paternal se asocia al miedo por las consecuencias que podrían tener el desafío al orden y una severa incomprensión sobre la utilidad del riesgo. La aprobación maternal tiene un dejo de ilusión. Fernanda le explica que su pelea no es por el presente, sino que por el futuro. Su mamá, asegura Fernanda, le cree que esa madrugada de mayo es una apuesta por un futuro mejor para todas y todos. Es mayo de 2006. Ocho años después los estudiantes siguen luchando. Conocí a Fernanda junto a un grupo de personas con las que compartía matrícula en el primer año de Periodismo en la Universidad de Chile. Tras una concurrida asamblea, salimos a la calle a recorrer los colegios en toma que se multiplicaban por todo Santiago. Esa tarde y esa noche fueron las primeras jornadas de una mezcla constante entre reporteo y activismo que se extendería por todo lo largo de mis años universitarios. La Revolución Pingüina fue el nombre que los medios de comunicación dieron a esa protesta secundaria que se tomó la escena pública del primer tramo del primer gobierno de Michelle Bachelet. El estremecimiento que recorrió las calles y el tiempo desde esos días restituyó algo que había sido forzosamente olvidado. Como dijo alguna vez Salvador Allende, ser estudiante y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica. Los dieciséis años de la dictadura de Augusto Pinochet usaron toda la fuerza del Estado para prohibir esa condición natural de la rebeldía estudiantil que Allende imaginó. El terrorismo oficial también sirvió para imponer una cultura temerosa, consumista, obediente y un modelo educativo basado en la exclusión. Los años venideros trajeron de vuelta la democracia y cesaron el terrorismo de estado dictatorial, pero los gobiernos de la Concertación mantuvieron vivo el miedo a ese retorno autoritario que siempre estuvo presente como la amenaza más temible de esta particular democracia. Este conjunto de crónicas que presento como Memoria para optar al Título de Periodista es una cartografía de las distintas posiciones que se han vuelto relevantes en este conflicto. Constituye un trabajo honesto por narrar los hechos que arman la pelea por una educación más justa e igualitaria desde un punto de vista particular. Intento proponer un trabajo periodístico riguroso que escribe desde un lugar que no es parcial y que no es siempre el mismo. Como periodista y activista es preciso nunca subestimar los argumentos, es preciso mirar y mirarse en relación al otro y desde allí ser críticos para valorar cada posición. La visión profesional que moviliza este trabajo exige al comunicador la capacidad de caminar con zapatos ajenos, de mirar el conflicto desde distancias distintas y de siempre tener presente que ningún final está escrito. El presente conjunto de crónicas periodísticas se concentra en mirar más allá de lo evidente y en reunir piezas que aunque están naturalmente juntas, no necesariamente aparecen así ante el razonamiento común. Esto quiere decir que el valor informativo de estas historias está en develar articulaciones ocultas sobre un asunto del que sabemos mucho. Tiene además el valor de un punto de vista que ha estado presente en la mayoría de los hechos narrados y espero conseguir que usted que lee pueda ponerse en estas distintas posiciones. Este trabajo implica también una articulación compleja de tiempos, lugares y personajes. La historia no es lineal y la vida no es plana, por lo tanto la estrategia escritural que guía estas narraciones hace un esfuerzo por parecerse a la vida en este sentido. Es necesario, entonces, que el lector y la lectora se dispongan atentos a las inflexiones temporales y espaciales que cruzan esta historia. No se preocupe si hay algo que no entiende o que falta; seguramente lo encontrará más adelante. Esta Memoria es una articulación de partes orientadas por el peso de la totalidad. | es_ES |