Junto a una pequeña mesa adaptada con una almohadilla para alfileres, Marta (76) repasa cuadernos gastados. Los necesita como guía para confeccionar piezas de macramé que venderá a conocidos; y también le ayudan a su memoria, para seguir enseñándole a otras.
Su hogar, donde el comedor y el living son el mismo espacio, se ha transformado en su taller. Allí guarda adornos y materiales, pero sobre todo guarda recuerdos y esperanza. Anhela volver a la normalidad, ver a sus vecinas y ser la monitora del taller de macramé que realizaba antes de la pandemia en un consultorio de Peñalolén.
El cuerpo de Marta ya no responde como antes y las marcas del tiempo abundan en su piel, pero no ha olvidado cómo tejer. Su mirada sigue iluminando el espacio, ella brilla y el movimiento de sus manos proyecta energía. Sabe que para construir un tejido se necesitan más que hilos, por eso, empuja la unión con sus vecinas e intenta que juntas retomen las manualidades para venderlas, generar ingresos y mejorar su motricidad y mente.
Durante la pandemia el taller se detuvo, pero Marta siguió activa. Junto al kinesiólogo del Consultorio lograron que otras mujeres mayores aprendan a conectarse por videollamadas, porque se necesitaban, se extrañaban, y ahora se organizan para retornar -paulatinamente- al taller de macramé en una sede vecinal.
“Martita” es el retrato de una mujer mayor de barrio, pero también es el retrato de otras que -como ella- llevan adelante vidas marcadas por la desprotección laboral, la vulnerabilidad social, las labores domésticas, y la falta de oportunidades. Mujeres que, en el ocaso de sus vidas, se levantan, sonríen, cuidan a otros y continúan tejiendo los vínculos y espacios de fraternidad que la vida y el sistema les negó.
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