Abstract | dc.description.abstract | Jorge Rojas y Camilo Gajardo no tenían motivo alguno para conocerse. Vivían en
comunas alejadas, estudiaron en colegios e institutos diferentes, y sus gustos e ideales, a
grandes rasgos, no tenían puntos de encuentro. Para infortunio de Jorge, el 4 de enero de
2019, las circunstancias los llevaron a coincidir.
En aquel primer viernes del año, Jorge resolvía una gestión inconclusa en la Caja de
Compensación. A pesar de que esta tarea correspondía a su contador, prefirió encargarse
personalmente. Solicitó permiso en su trabajo y calculó regresar alrededor del mediodía. Al
mismo tiempo, Camilo transitaba por la Avenida Vicuña Mackenna, llevando consigo una
bomba dentro de un sobre de papel, que dejaría en la misma parada donde Jorge debía
tomar el bus.
Un vínculo inesperado surgiría de la explosión. Pronto, Jorge y aquellos que esperaban
en la parada serían víctimas del “Lobo Solitario". Sin embargo, no sería hasta ocho meses
después que se revelaría la identidad del victimario y se comprobaría su responsabilidad en
otros tres atentados más, incluido el mediático caso de Óscar Landerretche, ex director de
Codelco. Los paquetes bombas enviados estaban marcados con las siglas ITS y HMB.
Hoy, tras cuatro años de su arresto, Camilo pasa 21 horas diarias encerrado en un módulo
de máxima seguridad dentro del Centro Penitenciario de Rancagua. Comparte espacio con
otros reconocidos internos, como Mauricio Hernández, alias “comandante Ramiro", ex
cabecilla del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. A Camilo lo conocen como “el bombita”.
Sus días transcurren entre ejercicio, lectura y escritura. Anhela volver a la naturaleza que un
día le maravilló y sufre la pena de la reputación que cargó sobre su familia.
En libertad, afirma que dejaría de lado el ecoterrorismo, pero por razones prácticas, como
evitar regresar a la cana, que describe como el infierno en la Tierra. Su ideología, sentencia,
lo acompañará hasta el último de sus días. | es_ES |