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Acceso abierto
Publication date
2024
Author
Professor Advisor
Abstract
La memoria, aquel paraje que nos habita y en el que habitamos está impregnada de emociones y subjetividades. Cada suceso pasado o presente adquiere matices personales que nos alejan de la realidad objetiva. Nuestra percepción de la realidad no es más que un paisaje nublado por sensaciones ya vividas. Así, siempre veremos lo que creemos ver en vez de que lo que es. Como señala Eduardo Galeano en su libro “Los Abrazos”, recordar viene del Latín re-cordis, que significa, volver a pasar por el corazón. En un mundo en donde la inmediatez es clave, donde el siguiente paso ya está tomado de antemano, el olvido inmediato se ha hecho presente como una especie de niebla difusa que nos confunde a todos. ¿Cómo podemos recordar, mirar hacia atrás, si solo se nos impulsa a seguir hacia adelante? Por otra parte, el concepto de mirar hacia el pasado tiene tintes depresivos para una sociedad enfocada en el futuro. La melancolía es peligrosa porque nos impide avanzar, ¿pero cuántas de las acciones que tomamos no están dictadas ya por experiencias pasadas? ¿Cuánto de lo que hacemos no tiene que ver con lo que ya hemos vivido y experimentado? No solo en nuestra experiencia individual, sino también de manera colectiva. La historia se repite, ese es un hecho del que la gran mayoría somos conscientes, de ser así entonces, ¿por qué no hacemos el ejercicio de atrevernos a recordar? Hay distintas formas de rememorar. Podemos enumerar hechos, fechas, sucesos, tal como hace un historiador para desentrañar el pasado. No obstante, para rescatar aquello que yace olvidado en la memoria y que tiene un carácter personal hay otras formas más directas e intuitivas. Podemos recordar de manera asociativa, es decir, a través de otros elementos que a primera vista no tienen que ver con el asunto en cuestión, un olor, un sabor, un tono de voz pueden transportarnos hacia un momento olvidado. Este pensamiento asociativo tiene que ver con la forma de percibir el mundo cuando somos niños, debido a que nuestros cerebros están aún en desarrollo y no han internalizado completamente las estructuras del lenguaje y la lógica como lo hacen los adultos. En este pensamiento asociativo que, según la teoría del psicólogo, epistemólogo y biólogo suizo Jean Piaget ocurre aproximadamente entre los 2 y 7 años de edad, durante la etapa del desarrollo cognitivo conocida como pensamiento preoperacional, los niños tienden a utilizar el pensamiento simbólico y asociativo para comprender el mundo que les rodea. Este pensamiento asociativo se refiere a la capacidad de relacionar ideas, palabras o imágenes entre sí de una manera creativa y no necesariamente lógica. Por esto, en esta etapa, la creatividad y el arte pueden florecer debido a la libertad que tienen los niños para asociar conceptos de manera más libre y abstracta. El lenguaje, aunque importante, no es la herramienta principal para entender su entorno; en cambio, dependen más de la experiencia sensorial y las imágenes mentales. En otras palabras, el pensamiento asociativo es una forma de percibir el mundo que es más prominente en la infancia, donde la mente está menos estructurada por convenciones lingüísticas y lógicas, lo que permite una mayor libertad creativa en la exploración y comprensión del entorno. La creatividad y el arte a menudo están asociados con esa forma más primitiva de percibir la realidad, donde el lenguaje no es la herramienta dominante para relacionarnos con el entorno. En la infancia, los niños tienden a explorar el mundo de manera más intuitiva y sensorial, lo que les permite hacer conexiones más libres y creativas entre ideas, palabras y formas. A medida que nos convertimos en adultos, nuestras mentes tienden a volverse más estructuradas por el lenguaje y la lógica, lo que puede limitar nuestra capacidad para pensar de manera tan libre y creativa como lo hacíamos cuando éramos niños. Sin embargo, la creatividad sigue siendo una facultad humana fundamental que puede ser cultivada y desarrollada a lo largo de la vida. Por lo tanto, aunque los adultos pueden hacer interpretaciones más intelectuales y racionales, a menudo es importante recuperar esa capacidad de pensar de manera más intuitiva y libre, como lo hacen los niños, para acceder a lugares a los que el pensamiento racional no es capaz de llegar. Este proyecto ha sido un intento por sacar afuera las percepciones personales que se evocaron al contemplar lo familiar siendo retratado, pues, aunque la fotografía se jacte de su objetividad, cuando lo personal se ve interpelado dejamos de ver para comenzar a sentir y recordar. En tal sentido, el fin de este proyecto fue poder llevar un poco del mundo emocional al espectador imparcial, así también una invitación a todo aquel que desee evocar al recuerdo desde la emocionalidad para comprenderse un poco más. Procurando reconstruir mi identidad a partir de mi historia familiar, deseé, como una especie de ejercicio psicoanalítico, a través del arte y los recuerdos, alcanzar la integración de mi propia personalidad, una personalidad que ha sido modelada por los integrantes, los lugares y objetos que han habitado mi espacio psíquico. También, en este camino, procuré poder invitar al espectador a realizar este ejercicio con su propia historia. Esto con el propósito de rescatar aquello que se ha perdido u olvidado a través del tiempo, pero que ha dejado una huella en el presente, de rememorar por medio de la creación artística aquellas visiones que la razón ha dejado atrás, pero que aun así han permanecido en nuestra imaginación y nuestra experiencia.
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Memoria para optar al título de Pintora
Identifier
URI: https://repositorio.uchile.cl/handle/2250/202348
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