Abstract | dc.description.abstract | Una característica de la historia del arte en la modernidad es la puesta en obra de la progresiva autoconciencia de los recursos representacionales. Esto sugiere una relación con la historia filosófica de la subjetividad moderna y la operación reflexiva de autocomprensión respecto de las condiciones categoriales de relación con el sentido del mundo. Considerada la literatura conforme a esta operación de autoconciencia, encontramos precisamente una reflexión sobre los recursos literarios, la que necesariamente hace emerger esos recursos en el nivel de lectura concreta, con el consecuente “debilitamiento” irónico del mundo narrativo debido a la sobre exposición de su verosímil. Suele denominarse “posmodernismo” a este tipo de lucidez narrativa. El concepto de neobarroco hispanoamericano nace para nombrar un tipo de escritura literaria que reflexiona a la literatura misma y sus posibilidades de lograr todavía una producción de sentido. Se trataría de una práctica que resiste la negatividad de la ironía “posmoderna”, meramente disolvente del sentido narrativo. Con respecto al barroco histórico, la escritura neobarroca incorpora en sus operaciones tanto la estética del simulacro y del espectáculo (propias del denominado “barroco cerebral”), como la estética del cuerpo y de la carnación entre sus “temas” privilegiados (ej., la mortificación de la carne que caracteriza ciertas obras del barroco católico). En la novela resulta decisiva su dimensión temporal: se trata de la posibilidad de una plenificación de sentido para una temporalidad lineal que transcurre con el sello de lo irreversible, en que el inicio y el final no se encuentran entre sí. La temporalidad narrativa supone estructuralmente la temporalidad lineal en curso, pues la novela es en este sentido una forma de territorialización del tiempo. Así, el tiempo lineal constituye un límite esencial a la novela, un horizonte estético —y también cultural— infranqueable. La escritura neobarroca tiene estructuralmente como motivo el sentido total del texto, lo que implica, en términos narrativos, la cuestión en torno al sentido último de la existencia. Consideramos que esto se deja ver de manera muy verosímil en las cuatro novelas analizadas (Aridjis, Elizondo, Sarduy y Donoso). No se trata de que éstas sean explícitamente una tesis respecto de la existencia humana, pues el sentido último no es simplemente el “contenido” de la historia, sino algo que está siempre más allá de las posibilidades representacionales del texto. Pero el sentido necesariamente se proyecta en éste en la medida en que el desarrollo de la narración sugiere la relación interna entre todos los elementos que la constituyen. Si la novela se propone la articulación total de su cuerpo significante mediante la periódica restitución de la totalidad del texto en la lectura, entonces necesariamente se propone —al nivel del contenido— el problema del sentido total de la existencia finita. De esta manera, la escritura deviene una cifra cuyo cuerpo significante se despliega a lo largo de toda la narración. En la medida que el sentido está siendo permanentemente aplazado, todo el texto está siendo en cada momento releído. El telos de la escritura sería la plena identificación entre significante y significado, la gloria del signo: ingreso total del significado en la inmanencia del significante, trascendencia del significante por obra el significado. Pero esto es precisamente lo que no puede ocurrir en la literatura, porque esa diferencia, esa brecha, es su condición de posibilidad, como lo es también de la existencia misma del mundo. A la vez, la escritura narrativa no puede dejar de proyectarse a partir de esa correspondencia imposible, de tal manera que en cada novela se juega el “fin de la literatura”. En la escritura neobarroca, la carnavalización como alteración del régimen clásico de las diferencias no puede llevarse a cabo sin un motivo narrativo lo suficientemente poderoso como para desencadenar un relacionismo general en el texto, de tal manera que a todas las operaciones retóricas de la escritura subyace un flujo que genera y sostiene la expectativa del lector, suspendido entre el uso figurado del lenguaje y el aún-no de una verdad en curso. En la escritura neobarroca el sentido está siempre en peligro. Y entonces la significabilidad del texto no puede proyectarse sin restituir una y otra vez ese peligro, porque la narración se desarrolla al límite de sus recursos, repitiendo en cada momento el riesgo que existió en el comienzo de la escritura, en el que ya todo estaba agotado. En este contexto, entender la escritura neobarroca como recuperación del sentido implica también una recuperación de la temporalidad como diferencia (entre ser y aparecer) alojada en la representación. Se inscribe así, por una parte, en la historia de la literatura moderna; pero también en lo que correspondería al final de la literatura moderna, como su final moderno. | es_CL |