Construcción de identidad desde la memoria colectiva de Graffiteros de la comuna de Puente Alto
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2012-09-01Metadata
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Espinoza Soto, Adriana
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Construcción de identidad desde la memoria colectiva de Graffiteros de la comuna de Puente Alto
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Al analizar el fenómeno del graffiti y lo que esta expresión conlleva, para
conocerlo y entender sus múltiples aristas, resulta vital adentrarse en sus
inicios y origen como forma artística urbana, que invade y "bombardea" con
imágenes y signos gran parte de la ciudad y las ciudades alrededor del mundo;
muchos de los graffitis se nos presentan como figuras ininteligibles para el ojo
del ciudadano común, pero sin duda guardan un lenguaje propio que pretende
ser comunicado a través de múltiples formas y estilos.
Los comienzos del graffiti se remontan a fines de 1960 y principios de la
década de 1970, cuando adolescentes de la ciudad de Nueva York comienzan
a escribir sus nombres y mensajes en las paredes de sus barrios; si bien
resulta nebuloso establecer el origen real y preciso del graffiti, es unánime la
opinión de que el responsable de la creación del primer graffiti fue obra de un
joven mensajero de origen griego, oriundo de un barrio de inmigrantes de la
ciudad que escribía su apodo “Taki 183” en todos los lugares por los cuales
transitaba. Su verdadero nombre era Demetrius (el diminutivo “Taki”) y 183 era
la calle donde vivía (poner el nombre de la calle fue un elemento usado por
muchos escritores más tarde).
Taki trabajaba como mensajero y viajaba constantemente en el metro de un
lado a otro de la ciudad. En el trayecto estampaba su tag (firma) por distintos
lugares, dentro y fuera del vagón. Poco tiempo después, cientos de jóvenes
empezaron a imitarle y el fenómeno del graffiti comenzó a masificarse entre los
jóvenes de los distintos barrios y ghettos de la ciudad de Nueva York, como
una manifestación identitaria y a la vez marginal, donde los muros, los
galpones, edificios y sobre todo los trenes de la ciudad fueron los más
utilizados por los primeros escritores de graffitis.
Rápidamente, las ciudades comenzaron a llenarse de signos, imágenes y
colores, producciones gráficas realizadas por individuos “anónimos”, las cuáles
en la mayoría de los casos, no contaban con la autorización y aceptación del
resto de la población de la ciudad (Méndez, n/d). Sin embargo, el graffiti no es una expresión artística aislada, dado que proviene
de un conjunto cultural mucho mayor denominado Hip Hop, cuyo movimiento
de características eminentemente urbanas surge como respuesta a las
situaciones carentes, marginales y de privaciones en la vida diaria de un grupo
de personas, que lo transforma en una nueva arma y forma de enfrentar la
marginalidad y la pobreza que afecta principalmente a los sectores afro
americanos y portorriqueños en los Estados Unidos (Sepúlveda, 2003).
Recién iniciada la década de 1980 las autoridades locales y específicamente la
“Metropolitan Transit Authority” de la ciudad de Nueva York comienza una
campaña contra los graffitis, promulgando distintas leyes que prohibían su
realización (Chalfan y Silver, 1983); también la sociedad y los medios de
comunicación manifiestan su negativa frente a esta “manifestación callejera”.
“Surgen brigadas e incluso asociaciones de vecinos anti-graffiti que promueven
campañas a través de carteles publicados en la ciudad. Surgen también
anuncios en televisión y en la prensa, intentando concientizar del mal que las
pintadas producían en la sociedad. Todo esto hizo a los escritores mucho más
territoriales y agresivos” (Méndez, n/d).
Fue un período oscuro para los graffiteros, los cuales disminuyeron
considerablemente su actividad, constituyéndose estos años en una etapa de
supervivencia para los pintores callejeros; pronto los jóvenes graffiteros
encontraron refugio y aceptación en la creciente cultura Hip Hop, que a
mediados de la década de 1980 tuvo un estallido general en la cultura juvenil
de la época. El baile callejero (o Breakdance) y los cantantes de Rap, según los
mismos jóvenes que se autodenominan “hiphoperos”, eran también sustento de
la cultura Hip Hop, donde el graffiti también se vio influenciado por éstas
prácticas.
Fue entonces que a través de la mano de los jóvenes, y de la influencia de
estas ramas de la música que el fenómeno del graffiti se expandió también a
otras latitudes; el graffiti llega a Europa a través de graffiteros norteamericanos
que querían dar a conocer su trabajo y que propagaron el fenómeno por
distintas ciudades del continente, logrando gran aceptación y adhesión de otros jóvenes: la visión global que se tenía en Europa, presenta grandes diferencias
con respecto a la visión de la sociedad norteamericana. Esta última
consideraba al escritor de graffiti como un delincuente marginal que ocupaba
su tiempo en una actividad ociosa y que daña la propiedad privada. (Méndez,
n/d)
En Europa en cambio el graffiti tuvo un amplio grado de aceptación y valoración
positiva en los jóvenes y en los círculos artísticos, que lo vieron como una
manera novedosa y original de hacer arte, tanto así que fue en este continente
donde los graffitis por primera vez pasaron a ser parte de galerías de arte,
alejándolo completamente de su esencia, naturaleza y motivaciones
fundamentales, eminentemente callejeras, ligadas a la ilegalidad y al uso del
espacio urbano.
En el caso de Chile, existe un consenso generalizado entre los jóvenes (y los
ahora no tan jóvenes) autodenominados “hiphoperos”, que el graffiti llegó a
nuestro país también a principios de la década de 1980, de la mano de la
música Hip Hop que provenía de Estados Unidos. Para entonces Chile ya
poseía una importante tradición muralista, que llenó de colores distintas
poblaciones de Santiago entre década de 1960 y 1970; aún hoy se puede ver
que coexisten diversos murales (algunos muy antiguos) al lado de gran
cantidad de graffitis en el espacio urbano. "Los primeros graffitis en Chile se
pueden encontrar desde 1983 en adelante, pero con mucha irregularidad, ya
que no fue hasta 1995 que esta rama explotó intensivamente” (Poch, 2009).
El graffiti que se plasma sobre las murallas se puede expresar en piezas
(cuando son más pequeñas y se encuentran solas) o en producciones (cuando
son más extensas y coexisten varias piezas). Generalmente, los graffiteros se
organizan en crews (equipos) y por consiguiente tienden a crear
colectivamente, aunque también existen las obras individuales. Los graffiteros
(o escritores) comúnmente firman sus trabajos con algún apodo o “chapa” que
los identifica a ellos y a sus crews. Esta firma que recibe el nombre de ´tag` se
popularizó ampliamente a través de la presencia de los escritores en la ciudad. En la actualidad es muy habitual encontrarnos en el espacio urbano con un
número indeterminado de graffitis, llegando incluso al punto de la saturación
visual, denominada también “invasión visual”, la cual muchas veces es
asociada al vandalismo producto de la “ilegalidad” y la “clandestinidad” implícita
en el proceso del graffiti; es por esto que resulta fundamental dilucidar algunos
elementos clave presentes en la labor de pintar muros.
Cada vez es más común ver por las calles de Santiago, graffitis que aparecen y
desaparecen de las paredes y muros de la ciudad, lo llaman arte urbano o arte
callejero y no son aquellas firmas o nombres que muchas veces se confunden
con aquella pintura mural que intenta plantear una relación distinta entre el
ciudadano y su entorno.
Muchos jóvenes han elegido los muros de la ciudad para llenarlos de mensajes
y colores intentando interactuar con las personas que diariamente recorren las
calles. Sin embargo, existe un desconocimiento general del proceso creativo
que conlleva la realización de un graffiti, lo que lleva a asociarse habitualmente
a la ilegalidad, a la invasión de espacios y al anonimato de la persona que lo
realiza, instalando una tensión hacia los usos del espacio público y también
privado.
Mediante esta investigación se espera obtener una reconstrucción de los
procesos identitarios de acuerdo a la experiencia y memoria colectiva de
individuos que actualmente pintan y/o realizaron graffitis. Desde el punto de
vista social y práctico la investigación permite descubrir y reconstruir los
procesos identitarios por medio de la memoria colectiva de graffiteros, cuyas
creaciones artísticas plasmadas en la ciudad misma, muestran distintos estilos,
motivaciones y rasgos comunes, que son propios en cada individuo artista,
pero los cuales sin embargo, también presentan algunos cruces, paralelos y
semejanzas tanto en la producción gráfica, la trayectoria, los inicios y
experiencia de cada sujeto investigado.
Se utilizará la metodología de producciones narrativas, la cual por medio de
múltiples posicionamientos, experiencias y relatos, respecto a la práctica
denominada graffiti, permite así construir conocimientos desde la propia visión y lenguaje de los sujetos investigados. Esta perspectiva de investigación
constituye un acto metodológico, del cual surgen relatos que permiten producir
un conocimiento localizable y a todas luces parcial (no totalizante), ya que tanto
el investigador, como el investigado co-participan en la relación construida por
medio de los recursos lingüísticos de ambos, la cual es en si productora de
conocimiento. Se textualizan ciertos hechos por medio de narrativas, dando
cuenta de relatos, situaciones y recuerdos ligados a la identidad, experiencia e
historia de vida de los mismos graffiteros.
Es así como, tanto la elección del estudio y la metodología se justifican en la
medida que permiten la instalación de un dispositivo que puede generar
conocimiento colectivo recurriendo al recuerdo y a una noción de autor/
pensado, en el entendido que todo el proceso de producción de narrativas será
realizado de manera conjunta y articulada entre el investigador y los
participantes.
De esta forma, es posible acercarnos a una cultura, pocas veces abordada,
desconocida en muchos aspectos y por que no decirlo estigmatizada y
estereotipada en tantos otros, por pretender ejercer un control del espacio
urbano a través de la producción artística denominada graffiti, incomprendida
por el imaginario colectivo y la cultura denominada ciudadana.
Ante la cultura normalizadora dominante, el graffiti debe desmitificarse al ser
vista como una práctica ligada al vandalismo y a la invasión de los espacios,
dado el desconocimiento general hacia esta práctica por parte de la
ciudadanía. De esta forma, el graffiti como expresión cultural e identitaria a
pesar de transgredir los limites de la ciudadanía común y del espacio físico en
la ciudad, posee un grado de legitimidad por si misma como práctica, dado que
sus miembros, entidades dotadas de particularismos y matrices históricas,
experienciales y culturales diversas se han convertido en una comunidad cuyos
miembros se identifican o adscriben a sus prácticas de forma voluntaria, donde
cada sujeto tiene la libertad de acción y a la vez de decisión en sus
interacciones cotidianas, en tanto proceso creativo.
Acercarse y conocer nuevas identidades y sus múltiples configuraciones, nos
permite plantear algunas directrices para futuras acciones sociales, tendientes a comprender los distintos discursos, experiencias, significados y procesos
desde la voz de sus actores principales, donde la psicología comunitaria puede
articular una gran cantidad de recursos, para aportar de esta forma, a que
políticas públicas dirigidas a grupos y culturas invisibilizadas, acojan los
espacios de participación que los graffiteros han definido de manera autónoma.
El presente texto nos adentra en la construcción identitaria de graffiteros,
muchas veces autodenominados “pintores o artistas callejeros”. Por medio de
sus propias experiencias y apelando a la memoria colectiva de los
participantes, nos permitiremos reconstruir sus trayectorias, realizando un
recorrido por sus propias descripciones y sus distintas historias, que presentan
tanto similitudes, como diferencias, pero que nos permite conocer distintas
prácticas en el mundo de lo social comunitario.
General note
Magíster en Psicología Comunitaria
Identifier
URI: https://repositorio.uchile.cl/handle/2250/114048
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