Abstract | dc.description.abstract | Es indudable que Santiago tiene como principal sello su
belleza geográfica. La Cordillera de los Andes, los cerros y
los ríos que irrigan la cuenca son símbolos de Chile y en
particular de Santiago. Para una cultura el paisaje es
esencial, da luces de cómo habitar los lugares, de cómo
vivir el territorio y para los Chilenos la cordillera más que
cualquier otro hito geográfico ocupa un lugar fundamental.
Nos da una identidad, nos orienta y a partir de ella se
configura el resto de nuestro paisaje. Es nuestro pasado,
nuestro presente y nuestro futuro por lo que es necesario
empezar a darle la importancia que debería haber tenido
desde siempre.
Lamentablemente las ciudades chilenas no reconocen su
geografía, ni su historia ni el potencial ambiental que tiene
su paisaje. No hemos sabido entender ni manejar los valores
que tenemos al alcance de la mano. Nuestras ciudades
con su crecimiento explosivo devoran la geografía,
cubriéndola y borrando nuestro paisaje, alterando, sin
darnos cuenta, la imagen geográfica del valle. El esconder,
el cubrir, el destruir, el alterar su vocación nos dice lo poco
que valoramos nuestra identidad y nuestras riquezas.
Pero que éstos hitos pasen desapercibidos en la
cotidianeidad de la vida urbana es producto de un sistema
en el que estamos inmersos y del que muchas veces no nos
interesa desprendernos. Por un lado nuestra forma de vivir,
acelerada y despreocupada nos lleva a fijarnos en lo
superficial y funcional. Y por otro, la mala y negligente
forma de planificar nuestro territorio ha desembocado en la
irresponsabilidad con la que nos vinculamos a la naturaleza,
a verla desde una visión utilitarista y funcional en donde la
idea es sacarle el máximo provecho sin pensar en las
consecuencias. Consecuencias que finalmente repercutirán
en nosotros mismos y posteriormente en nuestros hijos y
nietos | en_US |