Este artículo analiza el Test de Turing, uno de los métodos más famosos y controvertidos para evaluar la existencia de vida mental en la Filosofía de la Mente, revelando dos mitos filosóficos comúnmente aceptados y criticando su dogma. En primer lugar, se muestra por qué Turing nunca propuso una definición de inteligencia. En segundo lugar, se refuta que el Test de Turing involucre condiciones necesarias o suficientes para la inteligencia. En tercer lugar, teniendo presente el objetivo y el tipo de evidencia que recopila, se considera si el Test de Turing cuenta como un experimento científico a la luz de la concepción de Fodor. Finalmente, se argumenta que Turing simpatiza con una forma de Conductismo, confundiendo la simulación -un proceso epistémico que, gobernado por la verosimilitud, es eficaz cuando alguien es causado a creer que el computador es inteligente- con la duplicación de la inteligencia en cuanto propiedad, lo que ocurre a nivel ontológico. Tal confusión implica un dogma y explica por qué, a pesar de haber sido propuesto como una solución final a la problemática de si las máquinas programadas piensan, el Test de Turing ha tenido precisamente el efecto contrario en más de cinco décadas, estimulando el debate filosófico en torno a la naturaleza de lo mental.