Emergencia documental: teatro en la postransición

Abstract

9 de noviembre de 1989 y caía el muro de Berlín. Llegaban los noventa y con el fin de la guerra fría, la desintegración del bloque soviético y la reunificación alemana, que se respiraba ya desde antes, occidente entraba en nueva era que muchos se apresuraron a proponer como el fin de la historia (Fukuyama, 2015 [1989]). El proceso político global encuentra a Latinoamérica en transiciones democráticas (Vidal, 2012) y a Chile en el instante mismo de esa transición corta, entre el plebiscito de 1988 y el cambio de mando de 1990. Se detonaba en el mundo una avidez de recordar (Toro, 2011a y 2011b) que se experimentaba como una necesidad de verdad que hizo que las artes desplazaran sus estrategias ficcionales por una tendencia al archivo, cuestión que Anna María Guasch (2011) identifica como inmediatamente posterior a la publicación del paradigmático texto de Derrida (1997 [1995]) Mal de archivo, una impresión freudiana. El impulso de archivo, también llamado furor (Rolnik, 2016), sintonizaba con las resonancias del psicoanálisis (Freud, 2017 [1930]) y lo Real (Lacan, 2017 [1964]). El horror acontecido iba a ser rastreado en el documento y el testimonio (Goff, 1991 [1988]). Como modo de elaborar la catástrofe acaecida, el real que retorna (Foster, 2001 [1996]) y que no es posible nombrar (Adorno, 2018 [1966]). En este desierto de lo real (Zizek, 2005), Chile entraba en una extraña etapa de entusiasmo democrático y desilusión transicional. El pacto que propició el fin de la dictadura empezaba a demostrar que la promesa contenida en el tránsito sería más la consagración brutal del modelo neoliberal impuesto a través de la Constitución de 1980, que el paulatino avance hacia lo que la alegría traía supuestamente consigo (Rojo, 2018). Los noventa, que además de esta paradojal sensación eufórica comportaban un miedo no declarado de perder lo que había costado tanto conseguir (Barría, 2018b), terminaron mostrando algunos síntomas que serían el adelanto de lo que ocurriría en el nuevo milenio. El gobierno de Ricardo Lagos (2000-2006) traía el informe Valech, el cambio de firma a la Constitución (hasta ese momento seguía teniendo la de Augusto Pinochet) y sus reformas, además del creciente malestar social que tomaría cuerpo a través de los estudiantes secundarios movilizados y la llamada Revolución Pingüina. Proponemos que este nuevo periodo que allí se inauguraba como consecuencia de esta serie de factores y que llamaremos postransición, ponía el cierre a lo que llamaremos transición larga, del plebiscito de 1988 a la Revolución Pingüina con que inicia el primer gobierno de Michelle Bachelet. El mundo daba la bienvenida a las dramaturgias de lo real (Martin, 2010) y Chile a lo que hemos denominado con Mauricio Barría (2018a) como emergencia documental. Estaba de vuelta lo político y emergían artistas con hipótesis históricas que venían a disputar la política, la historia y la memoria.